En tiempos en los que el debate acerca de la necesidad de cazar ballenas con “fines científicos” (o, por caso, con cualquier fin) está siendo discutido enérgicamente en el seno de la Comisión Ballenera Internacional, creí conveniente acercar a ustedes una serie de conceptos biológicos, ecológicos y éticos acerca de la naturaleza única y especial de las ballenas y los delfines. Son estas características las que hacen de su cacería con cualquier fin algo condenable desde todo punto de vista.
En su artículo “Más allá de la supervivencia de las ballenas – coexistencia pacífica y enriquecimiento mutuo como base de las relaciones entre humanos y cetáceos” (Mammal Review, 1990), su autor R. Barstow se pregunta si es moralmente aceptable matar ballenas y cosecharlas como a cualquier otro recurso natural renovable sólo para obtener un rédito comercial, incluso asumiendo que esta actividad pueda ser regulada para mantenerla a largo plazo. Sostiene que los argumentos en contra de la matanza de ballenas ya no deben basarse en la prevención de la extinción de especies, sino que el razonamiento debe ser otro. Así como en la actualidad existe una ética mundialmente aceptada de que ninguna especie de ballena debería ser cazada “hasta su extinción”, quizás en el futuro este principio ético será reemplazado por otro que sea simplemente “no cazar ballenas”.
En el intento de establecer las bases racionales y morales sobre las cuales debería fundamentarse el futuro manejo de los cetáceos y el abandono total de su cacería, Barstow propone cinco categorías que hacen de las ballenas animales especiales y únicos.
Primero, las ballenas son biológicamente especiales. Entre otras cosas, incluyen a los animales más grandes que hayan existido jamás, como la ballena azul. El cerebro de los cachalotes es más grande que el de cualquier otro animal, y pesa cuatro o cinco veces más que el del ser humano. Las ballenas jorobadas son las creadoras de las canciones más largas y complejas desarrollas por cualquier animal no humano. La corteza cerebral de las toninas y otros odontocetos excede en grado de complejidad de sus circunvoluciones a la de los humanos y todos los demás grupos animales. Estas y otras características, sostiene Barstow, hacen de los cetáceos animales biológicamente especiales.
Segundo, las ballenas son ecológicamente especiales. Las ballenas han evolucionado como mamíferos marinos a lo largo de unos 25 millones de años, mucho antes de la aparición del hombre y de su intrusión en los ecosistemas oceánicos. Muchos cetáceos se encuentran en la cúspide de las vastas cadenas alimentarias del mar. Debido a su tamaño, su distribución amplia en todos los mares, y a una amplia variedad de estrategias de alimentación, los cetáceos utilizan el océano de manera especial y con un efecto global. A pesar de que aún se desconoce mucho sobre ellos, es claro que tienen un rol único en estos ecosistemas.
Tercero, las ballenas son culturalmente especiales para los humanos. Los cetáceos vivos tienen una capacidad casi increíble de enriquecer las vidas de las personas con las que llegan a entrar en contacto pacífico. Ejercen una atracción universal única sobre el espíritu humano. Son incomparables generadores de asombro y admiración. Existe una mística a su alrededor que inspira un sentido de maravilla y felicidad en personas de todas las razas y nacionalidades, algo que ningún otro grupo animal ha llegado a igualar con tal magnitud. Los cetáceos ejercen tal fascinación en la gente que se han transformado en poderosas herramientas para la educación de personas de todas las edades.
Cuarto, las ballenas son políticamente especiales. Su espacio vital no está delineado por límites nacionales claramente definidos. Sus territorios pertenecen en buena medida a la globalidad de las naciones: son los mares del mundo que no pertenecen a ninguna nación en particular, constituyendo un recurso especialmente global. Así, las ballenas se encuentran bajo el control internacional, y dado que legalmente no son un recurso de ningún país, ninguna nación puede reclamar el derecho moral de matarlas. Las decisiones sobre la explotación o la protección de las ballenas lógica y legalmente deben ser tomadas a través de un organismo internacional como la Comisión Ballenera Internacional, y en esto también las ballenas son únicas.
Quinto, las ballenas son simbólicamente especiales. Más que ninguna otra forma de vida no humana, las ballenas han logrado simbolizar la preocupación por el medioambiente. Al menos en la sociedad occidental, la protección de las ballenas se ha transformado en una fuente de inspiración para conservar las interrelaciones de todas las formas de vida de este planeta. Existe amplio apoyo para no cazar ballenas porque son un símbolo tan especial del compartir el planeta.
Por otra parte, en un reciente artículo publicado por Nature News el 26 de febrero pasado (http://www.nature.com/news/2010/100226/full/news.2010.96.html) se destaca el rol de las ballenas como inmensos reservorios de carbono, contribuyendo a la reducción del calentamiento global. Según cálculos del oceanógrafo Andrew Pershing, si permitiéramos que las poblaciones de ballenas se recuperaran, su biomasa combinada podría capturar 9 millones de toneladas de carbono de la atmósfera, reduciendo así el “efecto invernadero”. Esto es el equivalente al rol que un bosque templado de 11.000 kilómetros cuadrados tiene en la regulación de los gases atmosféricos. Si la inmensa mayoría de nosotros deseamos proteger un bosque así para beneficio de todos, ¿por qué no proteger a las ballenas con el mismo fin?
En otro artículo reciente publicado por Science el 21 de febrero (http://news.sciencemag.org/sciencenow/2010/02/is-a-dolphin-a-person.html?rss=1) se reportan los interesantes análisis de un grupo de científicos y filósofos que se preguntaron si los delfines son tan inteligentes como las personas, y en ese caso, si no deberíamos tratarlos mejor. De acuerdo con la neuroanatomista Lori Marino, las toninas (como el famoso delfín Flipper) son los segundos animales con mayor encefalización (o desarrollo cerebral) del planeta, luego de los humanos, y tienen una corteza cerebral altamente compleja. Según la psicóloga Diana Reiss, las toninas se reconocen al mirarse en un espejo (una indicación de su autopercepción), comprenden complejas frases gestuales hechas por humanos, y su aprendizaje es muy similar al de los niños. Tan es así que el filósofo Thomas White define a los delfines como “personas no humanas” y habla de sus emociones y del trato ético que tienen con sus pares.
Creo que todas estas consideraciones científicas y racionales deberían bastar para detener por completo la cacería de ballenas y delfines en todos los mares del mundo. Sin embargo, quizás el fin de la cacería de estos animales llegue cuando los humanos pongamos nuestros sentimientos por encima de nuestra razón.
Desde que comencé a estudiar las ballenas francas de Península Valdés en 1995, he tenido encuentros de una emoción indescriptible con estos animales. Por ejemplo, en 1999 conocí a Mochita, cuando era una ballena recién nacida y nadaba junto a su madre (la ballena 1398) en el Golfo Nuevo. Volví a verla muchas veces un año más tarde en las bahías del Golfo San José, cuando se separaba de su madre para comenzar su vida como ballena independiente. En 2006 Mochita volvió a Península Valdés con su primera hija, la bellísima Medialuna, nieta de la ballena 1398 (Lista Franca 159 y 160). Así, he visto a Mochita casi desde su nacimiento, creciendo como una joven ballena hasta ser ella misma una ballena adulta y tener a su primera hija.
Fue al observar en detalle y por largas horas el comportamiento de ballenas como Mochita, la juguetona Hueso, la solitaria Rombita y otras, cuando comprendí que cada una de ellas no era “una más” en una gran masa de ballenas. Cada una es un individuo particular, con una historia de vida propia, con una personalidad (¿o una “ballenidad”?) propia, con abuelos, padres, hermanos, hijos. Quizas hasta tienen amigos preferidos cuya compañía disfrutan más, o bahías y playas en las que les gusta estar, o momentos del día en los que su gozo como animales salvajes es mayor.
Entonces, pensándolo así, pero sobre todo, sintiéndolo así, ¿podemos los investigadores matar ballenas para “estudiarlas”?
Cordialmente,
Mariano Sironi
Director Científico del Instituto de Conservación de Ballenas
Breves
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